lunes, 15 de febrero de 2010

Capítulo III: Mi Primer Día De Trabajo: La Odisea

Bien sabido es que la combinación "mudarse + cambiar de ciudad + convivir con alguien que no sea tu familia + vivir con tu novia + empezar a trabajar -todas ellas por primera vez-" estaba esperando impaciente para estallar. No todo podía ir tan bien como parecía. La semana pasada fue la más entretenida en Madrid: las visitas de Zaui, Hadri, mi padre y el tío de Patri derivaron en salidas nocturnas y en comidas en restaurantes a lo Deloitte (sí, chicos, volví a la Vaca Argentina ^^). Es por eso que no conseguí publicar nada, a pesar de tener escritos varios fragmentos y preparadas un par de fotos. Pero bueno, el tema de la superación personal no es tan interesante como uno de los grandes hitos en la vida de toda persona: el primer día de trabajo. Vamos a ello.

Nunca pensé que me podrían dar una acogida tan calurosa personas desconocidas. No voy a mentir, no me siento como pez en el agua hablando (más bien, escuchando) de temas financieros, pero este nuevo proyecto que se me presenta me supone un nuevo reto personal. A la vez que me mezclaban la teoría con el argot y los acrónimos propios de la materia, recordé que sobreviví a Vozmediano. Ya no hay nada que temer. Después de la mayor parte del día viendo nevar por las paredes (causa de que sean transparentes en la oficina) llega la hora de salir y empieza la vuelta a casa después del primer día de trabajo. Un buen día. Por ahora, casi perfecto.

Paseando por la nieve llego a la parada de autobús. Yo pensaba que era así de sencillo: si lo cogía en la acera opuesta de donde lo había dejado y esperaba el mismo número de paradas que dejé pasar al venir, llegaría a la parada inicial. Vamos, el mismo camino en sentido contrario. Debido al frío, el autobús estaba completamente empañado, por lo que no se veía la calle. Cuando me doy cuenta, han pasado como 10 paradas, ninguna de ellas la mía. De repente caigo en la cuenta de que cogí el autobús sin mirar cuál era, ya que, con el paraguas en una mano, el móvil en la otra y el portátil colgado al hombro, cuando llegó el autobús mi mayor problema era encontrar el abono de transportes en la cartera. Siguen pasando las paradas... el autobús nombra calles que ni me suenan... ¿dónde estoy? ¿dónde está mi Golf?... preguntas sin respuesta que me llevan a ver que en la siguiente parada hay una estación de metro. Corriendo me bajo y me monto en el metro. Casualmente la línea lleva a la puerta de mi casa. En la siguiente parada, el metro no se para en el sitio correcto, por lo que las puertas no se abren. La gente empieza a chillar, y el metro ¡¡empieza a ir marcha atrás!!. No, no hacen el típico ruido de los autobuses de... PIIII PIIII PIIII... En ese momento mi cabeza empieza a pensar que cómo es posible que un metro pueda estar parado más tiempo de lo normal... ¿no vienen más metros? ¿No hay problemas de concurrencia? ¿Voy en la dirección equivocada? Es muy tarde, está nevando y estoy deseando llegar a casa. Un poco más tarde consigo llegar a mi parada de metro. ¡¡Horreur, terreur, paveur!! Desde la avenida a la puerta de mi casa está todo helado. Algunos saben ya que no sé patinar. Es una habilidad que no existe en mi cerebro. No soy capaz, es así de simple. Pues hoy era el día del patinaje artístico. Consigo cruzar la calle y llegar al portal. Entonces viene la guinda del pastel. El suelo estaba cuajado de verdad. Os recuerdo la situación: traje de chaqueta, portátil y paraguas. Pues desde la entrada del edificio al portal allí que va Juanan con el culete pegado a la pared a lo Inspector Gadget. ¿Ir a hacer la compra? jajaja. Eso será otro día.

Pues así ha sido mi primer día de trabajo. Si es que nos sorprende lo que menos nos esperamos...